Lo que duele de verdad en el trabajo
Sobre cómo el trabajo te rompe aunque digas que no te define
No era mi identidad, pero dolía igual
Sobre cómo el trabajo te rompe aunque digas que no te define
Sé que el trabajo no era mi identidad.
Me lo repito.
Lo racionalizo.
Y, sin embargo, me sigue doliendo.
No porque eche de menos el puesto, sino por lo que viví dentro.
Por cómo me sentí.
Por lo que se permitió, por lo que se encubrió y, sobre todo, por todo lo que se silenció.
Parece una máscara, un maquillaje encubierto, con apariencia superficial de que todo está bien.
Mientras tanto, seguir con ese “todo está bien”.
Normalizado.
Podría pensar que fue solo una mala experiencia.
Pero fue un gran aprendizaje, ahora lo digo.
Pero entonces, antes…
Fue una sucesión de dinámicas disfuncionales, de decisiones tomadas sin transparencia, de comportamientos tolerados por conveniencia.
Fue un entorno en el que intentar hacer las cosas bien acabó generando agotamiento, inseguridad y desconfianza.
Un encubrimiento psicológico.
Aislamiento.
Silencio.
Que desgasta.
Luego te atrapas, entras, sigues como si nada.
Se acostumbra y se normaliza. “Esto es normal”.
La invisibilización, la falta de apoyo, las decisiones por detrás.
El pasillo lleno de silencios.
La complicidad entre quienes sabían y no dijeron nada.
El encaje, la obediencia, el juego interno.
Las dudas:
“¿Es esto o aquello?”
“¿Y por qué pasa esto?”
“¿Es que he hecho algo malo o algo que no debía?”
La culpa te habla:
“Quizás esto no es así, y debería haberlo hecho así.”
“¿Es que nadie me dice nada?”
“¿Qué ocurre?”
Voy a preguntar:
“¿Por qué no contestan?”
Espera, voy a avisar.
“¿Ya no hay más reuniones?”
“¿Me estoy perdiendo algo?”
Hasta que…
El tiempo te ayuda a ver.
Y dejas de preguntarte:
“¿Hice algo mal?”
“Quizás este sitio no es para mí.”
En Prevención de Riesgos Laborales…
Desde la mirada de la Prevención de Riesgos Laborales, esto no es algo anecdótico.
Es estructural.
Pasa, y creo que mucho.
Se habla mucho de productividad, clima laboral, engagement…
pero seguimos sin intervenir a tiempo cuando los indicadores psicosociales muestran lo contrario:
Saturación.
Ambigüedad de rol.
Falta de apoyo.
Liderazgo tóxico.
No se trata solo de tener protocolos.
Se trata de aplicarlos.
De actuar ante señales tempranas.
De formar a los responsables en gestión emocional y no solo en estrategia.
De dejar de premiar perfiles que generan rotación, miedo o malestar solo porque “cumplen objetivos”.
La falta de intervención no es neutral: tiene consecuencias.
Las personas desarrollan ansiedad, insomnio, bloqueo.
Pierden confianza en sí mismas.
Se aíslan.
Se preguntan si es normal lo que están viviendo.
Y muchas veces se callan porque no ven una vía segura para hablar.
Lo más duro no es el conflicto abierto, es la cultura del silencio.
La que permite que todo continúe sin que nada cambie.
La que prioriza la imagen externa sobre el bienestar interno.
La que prefiere que la gente se vaya antes de asumir que hay algo estructural que revisar.
Por eso elegí estudiar PRL, después de todo lo que he pasado.
Porque lo viví.
Porque sé que hay formas de trabajar diferentes.
Porque la salud mental en el trabajo no puede seguir dependiendo del azar ni de si te toca un equipo “bueno”.
Esto no es un cierre amable ni un “todo pasa por algo”.
Es simplemente la necesidad de decir: esto ocurre.
Más de lo que se reconoce.
Y no debería.
No era mi identidad, pero dolía igual.
Y si dolía, es porque algo no iba bien.
No en mí, sino en el sistema que permitió que eso fuera lo habitual o lo normal.
Mientras tanto, solo te digo, lector: por favor, no lo normalices.
Cuidate mucho.