Cumples.
Respondes.
Haces lo que toca.
Desde fuera todo funciona.
Pero dentro…
sientes que algo se ha desplazado.
Y no sabes muy bien cómo explicarlo, ni qué hacer con eso.
No es agotamiento. Es desajuste
Durante mucho tiempo, yo también pensé que lo que me pasaba era cansancio.
Que tenía que ser más organizada, más fuerte, más agradecida.
Pero no.
No estaba agotada, estaba desconectada.
De lo que me movía. De lo que me importaba. De mí.
Hay señales sutiles:
Dejas de disfrutar lo que antes te entusiasmaba.
Empiezas a sentir que todo cuesta el doble.
Tu cuerpo te pide parar, pero tú sigues funcionando en automático.
Y cuando alguien te pregunta cómo estás… no sabes muy bien qué contestar.
No siempre es fácil reconocer cuándo toca cambiar de rumbo
A veces no hay una gran crisis.
Ni una decisión épica.
Solo una vocecita que empieza a susurrar:
“Esto ya no va contigo.”
Y al principio da miedo. Porque no sabes qué viene después.
Pero también hay una parte de ti que respira.
Porque por fin estás empezando a elegirte.
Quizá no estés perdida/o. Quizás te estés encontrando.
A veces el proceso no es rápido. Ni bonito. Ni claro.
Pero si te estás haciendo preguntas nuevas… es que estás saliendo del piloto automático.
Y eso, aunque duela un poco, es buena señal.
Gracias por estar aquí.
Gracias por leerte conmigo.
Gracias por buscar, aunque no siempre sepas qué.
Seguimos en este punto de equilibrio, junt@s.
¿Y tú?
¿Estás en ese punto en el que todo por fuera sigue igual, pero por dentro ya no?